10 de mayo de 2017

After hours

La vulgaridad  mal llamada tensión sexual, se hizo evidente en cada premisa, en cada gesto y en los ojos el día que nos conocimos.  Era inevitable, ibas a entrar en mi habitación  de cualquier manera.
Te había visto tantas veces pasar junto a mi puerta y muchas otras en las escaleras. Tuve suerte el día que sacabas a pasear a ese perro viejo y desgraciado, los escuché salir del departamento, yo también estaba de salida aunque no llevaba prisa. Tomé las llaves de casa y llegué a tiempo para bajar junto a vos en el ascensor, lástima el perro, qué mal olía además. Me saludaste y reíste porque estaba apurada, desde tu perspectiva, claro. Nunca nos habíamos hablado, pero también es cierto que yo no hablo con los vecinos; no tengo la sonrisa fácil y soy más bien de pocas palabras e igual paciencia. No soy como vos.
Estimo que el conjunto de cualidades sociales que más me gustaron de vos una vez que te conocí, fueron la facilidad con la que te hacías querer, el optimismo para con las personas y tu bondad honesta hacia los animales. Cuántas veces pensé que eras un triste imbécil  fantaseando príncipe azul. Luego confirmé que eras un insensato nomás. Sin embargo, a veces y a pesar de mis prejuicios, fue grato tenerte, verte modificar la estructura oscura de mi espíritu; debo confesar que me hiciste feliz. De tal forma que hoy te tengo secuestrado en el pensamiento y a la espera de ningún rescate.
No es mi historia triste, es nuestra historia matizada de vida y yo nunca fui devota de vivir en la hipocresía social, es que no tiene remedio. Me ocurre con la ciudad,  los empleos y las personas, la dicotomía del amor-odio; y vos, Daniel, no fuiste excepción.
Tu perro, tu bondad, tus amigos, tu sexo, tu transparencia, tu hija, tu mujer, tu ética, tu música,  tu cara, tu intelecto, tu insensatez. Vos. A vos que no te bastó compartir algunas noches, un desayuno o compartir ocasionalmente la cama conmigo que quisiste llamarlo amor y te escandalizaste por mi negativa. ¿Qué esperabas? ¿Que te pidiera que dejaras a la señora que te ignoraba cuando no se trataba del perro? Me avergüenza siquiera pensarlo, me molestó tu necedad. Tal vez debería odiarte; pero quiero poder dormir un poco más, echarme violentamente en la cama a pensar que cuando me despierte por la tarde te voy a escuchar llegar y entonces voy a acostarte conmigo.
En estas pocas líneas, deberías saber que te extraño y que no puedo soportar que me hayas dejado sin vos por esa fantasía estúpida de gente común. Me ha dicho un amigo, -Osvaldo- que hay gente y personas, yo pienso que sos esa gente, incapaz de encarar la realidad.

Cuánta cristiandad la tuya, Daniel.

18 de febrero de 2017

Apariencia


Todo parecía tan fácil en aquel tiempo y hasta creíamos que seríamos felices, no pensabamos en la muerte y nuestro único miedo era perdernos de la vista de mamá.
Mirabamos distinto cuando jugábamos afuera de casa, o en la escuela y no importaba con qué, si juguetes o tortitas de barro.
Nada nos faltaba mientras el plato de guiso y el mate con pan estuviesen servidos en la mesa al menos dos veces en el día.
Y no nos preocupaba el mañana, estábamos demasiado ocupados en el entonces y porque al mañana lo planificaba la señora que nos lavaba la ropa, cocinaba y nos cuidaba.
De peleas no entendíamos, los murmullos pasaban desapercibidos, nuestra atención estaba puesta en los gritos de los changuitos, que jugaban hasta las diez de la noche en las calles porque tampoco comprendiamos de la inseguridad esa que hablan hoy en los noticieros.
Desconocíamos el dolor, nuestro sufrimiento era una caída  que dejaba un raspón o una lastimadura que pronto cicatrizaría y luego mostraríamos orgullosos a los amigos rememorando la hazaña que a los demás admiraría.
Y nuestra inocencia era divertida. Los adultos por ello sonreían, y si reían era por lo gracioso de la mezclilla de ésta junto con la torpeza. Torpeza de infante.
El cielo; el aire; la vida; las personas, todo parecía bueno.
Nos presentaron a la enfermedad.
Luego percibimos la ausencia de la joven que con prisa llegaba de fregar pisos para entrar en su hogar y repetir lo mismo para sus retoños, pero que lo hacía con amor y sacrificio.
Supimos que a veces cuando enferma el pilar, se enferma la estructura y sentimos el dolor. Y a diferencia de un raspón no deja de arder y acrecenta con fuerza.
Y celebramos el último cumpleaños de la pequeña que podía ver en los ojos de la mama la tristeza.
Nos acostumbramos a las prolongadas ausencias y casi todo era un misterio. La vimos esforzarse por ocultar las lágrimas cuando comenzó a morírsele la belleza, la superficial.
Creíamos en un Dios porque así lo quería, y suplicábamos en su casa pero no nos oía.
Nos desentendimos del tiempo porque temprano nos despedimos.
Y sentimos la muerte. Envidiamos a los que todavía sonreían hasta el punto de llegar a odiarlos.
Conocimos el hambre, que el hombre es egoísta ante su dolor.
Padecimos la injusticia porque nos cansamos de escuchar que las personas no valoran lo que tienen hasta que lo pierden. Y exclamamos como pudimos con el puto nudo en la garganta: ¡¿Valorar en qué tiempo? Si no lo tuvimos!
Sufrimos la soledad porque parece que cuando te abandona uno, te abandonan dos, o todos.
Entendimos que solo a esa mujer le importábamos, logramos advertir la hipocrecía de los que decían estarían siempre.
Y nos quedamos mirando, escuchando, soportando la crueldad... Aprendimos repentinamente.
Pero adelante seguimos, ya sin nadie que volteara a vernos. Y fuimos todo lo que nos fue arrebatado aunque nunca lo notamos.
Aguantamos, y cuanto. Nos resentimos de los buitres que se aprovecharon de nuestro desierto.
Crecimos...
Más tarde hubo un tiempo en el que parecíamos felices, es que el tiempo también apacigua.
Nos separamos y volvimos. Nos separamos.
Sin embargo como desde el adiós, solo estamos nosotras.

30 de enero de 2017

El hombre ficción.

El miedo palpitaba aquel día que conocí a Daniel, la memoria me incomodaba y encontraba redención en la indiferencia de Joaquín que dormía aquí aunque yo no sabía dónde él estaba. La curiosidad, lógicamente, pudo más. 
La barba que lucía entonces resultaba atractiva, sin embargo al cabo de algunos meses le insinué que me hubiera gustado haberlo conocido sin ella. Por supuesto que días después la barba ya no existía y fue un placer sentir su pulcro rostro rozar el mío; conocer y sentir con claridad sus labios. Por dios que es un hombre hermoso, me repetí reiteradas veces.
Me tomó por sorpresa enterarme que Daniel era un ser humano. Tenía por costumbre en aquel entonces fingir interés en las conversaciones banales y asentir con sonrisas o alguna onomatopeya para luego comentar el estado del clima. Sospecho que Daniel se atrevió a usar el cerebro porque jamás tuvo buenas intenciones. Aprendí que hay personas que tienen, a pesar de avanzados años, el optimismo intacto. No tengo derecho alguno a reprocharlo y aún así no lo acepto.
Todo terminó entre Daniel y yo tras reiteradas noches de alcohol, droga y recuerdos ausentes por la embriaguez.
Hubo noches en que lo amé y otras que no supe explicarme por qué estaba con él. Creo que encontramos que teníamos en común la debilidad por el alcohol y porque además nos gustaba estar juntos aunque la mayoría de los encuentros acabasen en conflictos de los que no lográbamos descifrar el disparador porque estábamos muy borrachos.
Otras veces nos dábamos citas en su departamento de la calle Juncal y sólo tomábamos mate porque no teníamos dinero. Hablábamos de todo menos de mí y todo para mí tenía sentido porque al menos yo no tenía necesidad de idealizarlo ni proyectar. A veces no hablábamos y él tocaba el piano con sus manos venosas, sus manos grandes, las mismas que odiaba cuando en la calle disimuladamente me rozaban las tetas o se deslizaban hacia mis muslos; las mismas manos que amaba cuando lo hacían en su cama.
Recuerdo haberlo subestimado en ocasiones porque Daniel es mejor escribiendo que hablando. A veces justificaba sus dichos con respuestas tan fanáticas como las de un militante kirchnerista y una acababa entendiendo como debe ser estar en una relación con Gabriela Cerruti. 
La mayoría de la noches que estuvimos juntos no tuve el más mínimo interés en hacer las normales suposiciones que hace uno cuando dice estar enamorado. Sin embargo, hubo una noche particular en que la imaginación se me voló lejos y sentí temor pensando que algún día eso que teníamos y que por más que no llegaba a ser un noviazgo, podría verse arruinado por la prisión que representa estar en una pareja. Sentí temor, si. Pero también fue la confirmación de aquella duda que hacía tiempo me generaba repulsión.
La noche que me dijo por primera vez adiós, él ya buscaba encerrarme, hasta había reforzado los barrotes de mi celda. Le insistí con nada de esperanza y  mínimas sutilezas que no me dejara. ¿Por qué querés cambiar esto por una torpe ilusión? Le pregunté. Fue vano para el optimismo de Daniel.
Años después sentada en un antro de Constitución que había conocido en mi peor momento de vicio, pensé en él.
Un hombre del que no recuerdo el nombre merodeaba mi encanto por aquel entonces y francamente yo no quería estar sola, pero era una piltrafa también en ese tiempo, así que le rogue que se quedara, le lloré tanto que me recordó la vez que mi padre me golpeó en el piso y tuve que suplicar para que no continuara. Sin embargo, eligió irse y cuando salió por la puerta del brazo de un travesti, me sequé las lágrimas de cocodrilo, me pedí un red label y lo de siempre al dominicano de camisa tropical.
Supe que Daniel hubiese merecido la súplica teatral hecha al homosexual aquel con el que me acostaba para sentir que alguna parte en mi todavía estaba viva. Y recordé también que con todo su optimismo,  Daniel dijo que algún día me arrepentiría.
"Creo que la vida es demasiado complicada como para todavía darle una mano". No entendía lo que decía Daniel por entonces. Tampoco hoy lo tengo claro, al menos no del todo.
ph: Priscila Pry. 

31 de octubre de 2016

Inercia

Que la pobreza, la desigualdad y la injusticia no me son indiferentes, me resultan irreconcilables con la sociedad nuestra.
Mezquina, hipócrita. Una sociedad que duerme en la falacia de la caridad, en el egoísmo de las posesiones. Un pueblo distraido por la última innovación tecnológica que le modifica la existencia porque tendrá un método más para poder contarle a sus pares el piercing que tiene, el nuevo libro que compró, la marcha pseudopolítica a la que asistió.
Me incómoda formar parte de ese mundo, me enoja ser como ellos y hacer lo que ellos porque debo pertenecer. Llevo mucho tiempo enojado conmigo y mi incapacidad para cambiar el lugar en el que me tocó nacer. Encima no tengo talentos.
Carezco de fe. Tampoco las personas, también, preocupadas por pertenecer inspiran demasiada esperanza con esos intereses que se limitan al programa de baile en tanga de las diez de la noche y a tener un buen fin de semana tras cinco días laborales de mierda.
A nadie le importa y los demás que pensamos diferente no somos capaces de hacer nada.
Entonces arriba la resignación y con ella es difícil continuar, la vida se torna gris y hedionda. No le encuentra uno sentido a la existencia porque está como muerto.
Descreo de aquello que dicen acerca de las pequeñas cosas que pueden modificar el mundo.
Quizá nuestro mayor problema sea la resignación y el conformismo de una manifestación que sale en la primera plana del diario.
Descripto ya, ¿acaso no es deprimente despertar todos los días en este lugar? A diario me siento el sujeto en "el grito" de Munch.
Es desesperante encontrarse al borde del llanto, y es patética la ambigüedad de sentirse bien y bien estúpido por ese torpe sentimiento encontrado.
Luego te hallás rascando el fondo para caer en cuenta de que aunque estudies una carrera social, por más que te recibas, no sirve, la vida seguirá siendo como la conocemos. En el fondo tras rascar, hay nada.
Si lo pensamos bien, todo carece de sentido. Sin embargo, elegimos hacer algo porque aceptarlo es desolador.
Es cierto que hay cosas bonitas por las que vivir, al mismo tiempo también es una certeza que hay que poder pagarlas y las que no, no son tan bonitas o no vienen con el pack enceguecedor; es decir: la vista en el río es preciosa pero el mendigo que duerme en el banquito del borde sigue teniendo hambre.
Por cosas como estas uno no consigue tener paz.
De suerte todavía quedan cosas por las que tener ganas de respirar como el amor, si no es desleal claro; asunto complicado pues encomendamos el alma a los hombres y somos lo que somos: inmodificables.

27 de julio de 2016

Offside

Me perdí en algún estribillo.

¿Qué escribía?

Suicidé las musas,

incendié el resplandor.

Borré las cintas,

ya no quedan testigos.

No.

Iba a voltearme a mirar,

lo juro por su dios.

Incliné la cabeza y me sangró

el corazón,

no lo pensé tanto:

cinta aislante a la voz.

Ahora ya no grita,

ahora ya no llora

ni siquiera es historia.

¿Existió?

¿Sobre qué escribía?

Perdón,

me perdí en la segunda estrofa.

Desenfoqué los ojos ,

ya no los miró.

No me diga que están ahí,

yo no los veo.

Gris sobre vivo,

todo parece tan viejo.

No es contemporáneo,

yo no lo conozco.

¿A quién espero?

Ya no pienso,

ya no me acuerdo.

ya no pierdo el tiempo.

No me pregunte.

No tengo prisa,

estoy de paso.

Siempre haciendo nada,

yendo a todas partes,

quedándome en ningún sitio.

¿Qué es esa cosa flotando en la mejilla?

Oh, mire, se lo dibujo:

un sentimiento partido al medio.

¿Qué tiene mi rostro?

De cerca se ve mejor:

una mirada muerta,

una sonrisa olvidada

y la vergüenza mirando al suelo.

¿Si conocí el cielo?

Debo haberlo olvidado

en el bolsillo de esa camisa,

en la cita de aquella esquina quizá,

o en su cara al despertar.

Me estoy tropezando,

hágase a un lado,

estoy olvidando.

No me pregunte,

los recuerdos están supurando.

Me aturde,

¡Callesé, bandido!

¡Suelteme!

Suelteme que lo estoy borrando.

Indiferente

Vuelve a caer...
nefasto umbral.
No hay oasis para refugiar
su púrpura y deformada alma.
No hay éxtasis suficiente
para un mente perturbada.

No es el mundano mundo
ni los que murmuran.
No es él quien está ahí,
tampoco es quien fue.
Es el que perdió.
El que nunca fue.

Sobre un papel marchito y cansado de llorar se le agita el respirar
Se ahoga.
¡Oh! dice que no puede caminar.
Dejenló no se detengan a observar.
Ignoren sus gritos,
mañana se va a callar.

Muere en cada lágrima.
Revive en cada sollozo.
Vuelve a morir al despertar.

Tragedia griega gobernando su cabeza.
Dejenló, mañana se va a callar.
Dejenló, Freddie le dijo que el show debe continuar.

Uno, dos, tres....

Y te vi caminar por las calles creyendo

que conquistarías por fin el mundo.

Alguna vez pensaste alcanzarías la gloria

imbecilidad del iluso.

Falacias de un mundo sin rumbo,

y más falacias.

Te vi bajar y fingir

te vi esperanzado con la posibilidad de ser como ellos,

fracasaste.

Tomaron tu mano y pensaste que alcanzaría.

Ignoraste la palmada en tu hombro

Cerraste los ojos cuando

el resplandor del momento te encegueció.

Y te vi abrirlos cuando todo retornó oscuro,

no fue más que luciérnaga en la ciudad

Imposible subir nuevamente,

no hay escape en la objetividad, no lo hay...

Fracasaste.

Y miro, observo tu persistencia estrujada,

sometiste tu valor a lo estéril.

Te veo, ya no llorás, pero respirás

respirás igual que antes,

seguís muerto.

Ya no hay tiempo, estás desorientado,

sin regreso y sin Dios.

Unos, dos, tres...

uno dos y tres,

¡subjetividad, subjetividad!

Los gritos no sirven acá.